ATESORO RECUERDOS BELLOS
(por María Kodama)


María Kodama - viuda del genial, Jorge Luis Borges -, escribe en exclusiva para EPA. Su amistad con Camilo Aldao, las coincidencias que mágicamente entraña
la manifestación del laberinto, y un sentido testimonio al hombre con quien la unía una "inquebrantable voluntad", por alcanzar un sueño, hoy convertido en realidad. Un documento de valor histórico.



En ese jardín de senderos que se bifurcan, que es la vida, el destino urde la trama para que determinadas personas se encuentren en un instante determinado que cambiará y enriquecerá sus vidas.
Eso sucedió primero en el encuentro de Borges con Susana Bombal, de Susana y Borges con Randoll Coate, de Borges conmigo, y, a través de Susana y de Borges del mío con Camilito. Ese ser maravilloso, ese sobrino nieto que ocupó en el corazón de Susana el lugar del hijo que siempre soñó tener.
Estas palabras que deberían ser de regocijo ante el magnífico sueño de Randoll Coate finalmente cumplido, ante ese laberinto inspirado en “El jardín de senderos que se bifurcan”, imaginado y trazado como el más sutil homenaje a la memoria de Borges, se convierten, por obra de ese destino inescrutable, en una elegía.
Sin embargo, dicen que la memoria es selectiva; la mía, quizá por la influencia del shintoismo, atesora lo que es bello y constructivo, la fuerza de la fe, el amor que es indestructible, y es quizá por eso que recuerdo la voz alborozada de Camilito comunicándome la donación del hacedor de laberintos a la Fundación Internacional Jorge Luis Borges para que su creación pudiera construirse en los lugares emblemáticos de Borges.
La voluntad inquebrantable de Camilito y la mía, para que pudiera materializarse este sueño, el apoyo de Carlos Thays, de Elsie Rivero Haedo, de la embajada de Inglaterra, de la embajada griega, del British Council, animándonos para que siguiéramos adelante, no lograron, desgraciadamente quizá por la burocracia con todo lo que ella encierra de negativo, que pudiera llevarse a cabo en Buenos Aires, ciudad a la que Borges dedicara su primer libro, “Fervor de Buenos Aires”.
Recuerdo la voz entusiasta de Camilito llamándome una madrugada cuando yo terminaba de cerrar la carpeta con los papeles del laberinto que consideraba irremediablemente perdido, para invitarme a la Isla Martín García, donde haríamos una producción fotográfica para reflotar el proyecto. Viajamos en una pequeña avioneta donde cabíamos solo el piloto, Camilo, el fotógrafo, yo y un vestido veneciano con el que me pasearía por un laberinto que había en la isla.
El laberinto, con los caminos desdibujados por la maleza, era como una visión en un sueño, como un espejismo. Al terminar el trabajo la dueña del laberinto nos invitó a tomar el té y nos contó cómo con un grupo de amigos habían decidido vivir en la isla y construir para divertirse el laberinto. Sus amigos luego de un tiempo habían partido pero ella decidió quedarse. Trajo fotos para mostrarnos el proceso de construcción, el laberinto terminado y cuál no sería la sorpresa cuando el fotógrafo descubre por la luz que la foto que acababa de tomar había sido hecha a la misma hora que la que la dueña nos mostraba, coincidiendo además el día y el mes que figuraba en la antigua foto. Todo esto fue visto con gran alegría y lo tomamos como un precioso talismán. Mientras, el fotógrafo tomaba fotos de la foto que corroboraba esta misteriosa coincidencia.
El tiempo fue transcurriendo y en otro amanecer nuevamente la voz de Camilo alborozada me invitaba para elegir el lugar en las tierras que rodean la finca de Susana, donde construiríamos el laberinto. Camilito había propuesto esto a su familia y ella lo había aceptado.
Recuerdo la emoción al clavar la primera estaca que iniciaría el intrincado dibujo formado por el nombre de Borges, por mis iniciales y por los símbolos de Borges, la clepsidra, el bastón, los ojos de un tigre...
Finalmente el sueño se hacía realidad.
Fui viendo a través de fotos cómo iban armando el milagro, hasta ver los árboles plantados, pequeños, indefensos pero con la fuerza que da la concreción de un anhelo largamente atesorado.
En mi dura vida de nómade la amistad y mis encuentros con esos seres elegidos, familia de mi alma, son una prioridad. Por eso, cada vez que regreso les hablo para oír sus voces contándome sus dichas, desdichas, proyectos, en una palabra, sus vidas. Al volver de uno de mis viajes, llamé por teléfono a San Rafael y al no obtener respuesta llamé a Runno, un amigo de Camilo, que me dijo que precisamente iba a comunicarse conmigo porque Camilito había muerto.
Quedé anonadada, no supe qué responder, corté. Al día siguiente hablé con su padre largamente, me dijo que si me parecía bien, las cenizas de Cami descansarían en el Laberinto. Por supuesto, ésto me pareció no solo bien, lógico, si no natural, como algo dispuesto por el destino.
Querido Cami, ahora que has entrado al Gran Mar, como denominaban los florentinos a la muerte, eres el dueño de todas las claves y del Laberinto, no solo del que se logró gracias al amor y al deseo de todos nosotros, sino del otro, de aquél cuyos “no límites” son el universo.
Querido Cami, el mismo sonido que tiene tu nombre abreviado significa en japonés “dioses”. Ahora eres tú uno de ellos para velar sobre el laberinto y sobre todos nosotros, porque tus cenizas, el polvo de tus huesos, lo más inmaterial y fuerte de tu ser, como dicen unos versos de Quevedo...”polvo serán, más polvo enamorado”, de la vida que era para ti y seguirá siendo una lúdica e infinita aventura.
Querido Cami, recibe en algún punto del espacio, convertido en luz o en energía, todo nuestro amor.



fotos: Alfredo Ponce - Alejandra Amar

foto 1: Camilo Aldao, María Kodama, Mauricio Runno, Andrés Ridois.
Foto2: Don Héctor, Roman Milia, Fabiana Mendoza.
foto 3: Don Héctor junto a Camilo.
foto 4: Camilo, elcorazón del laberinto.

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